Cuánto me puedo acercar hasta no poder ver. 2019.
Película blanco y negro de 120mm velada.
El negativo es velado antes de tomar las imágenes. En un baño por la noche, desenrollo la película de 120mm y la expongo a la luz de un fósforo. Luego manipulo con mis manos el largo de la película para dejar mis huellas dactilares. Vuelvo a enrollar la película y coloco el rollo en la cámara.
Fotografío imágenes de paisajes para hacer referencia a una relación entre uno mismo y el espacio. Una hiperconciencia dentro de mi cabeza hace que me aleje del espacio, lo que dificulta la conexión con lo que me rodea.
El paisaje natural suele ser asociado a la idea romántica de un escape para reconectarse con uno mismo a través de su contemplación sensorial. La contemplación visual es cortada por la veladura, dando como resultado un paisaje oscuro con poco detalle. El impacto estético que produce un paisaje romántico es intercambiado por siluetas poco definidas y detalles producidos por la intervención que no estaban en el paisaje original. La acción de tocar genera huellas en la imagen final y ocultan parte de ella.
Estar en la oscuridad me permite sentir más.
En la oscuridad me acerco al material a través del tacto. A través de las veladuras quiero acercarme a la imagen como un esfuerzo por recordar de dónde provienen. La contemplación ahora consiste en recordar a qué espacios pertenecen esas formas y horizontes.
Las imágenes no son una documentación del espacio, sino un intento frustrado por acercarme al espacio al que contienen.